No hay culpa porque no hay búsqueda de condescendencias: solo yo destetando la soledad de las auroras que despertaban en la cama vacía. Solo yo y mi soledad tendiendo puentes a las ansias de la carne.
En la ventana el insomnio hecho noche, los ojos, destiñéndose en la espera de la puerta, y en las entrañas, el martirio dando de beber a la ausencia el toque de queda, para ahuyentar a los demonios del pecado.
Entonces, se hicieron mar los días con sus noches, y navegué mi cuerpo entre las olas de unas pupilas cercanas. Por eso me llamaron puta, las putas inconfesas.
Issa M. Martínez Llongueras
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