Hay un verbo en la sangre que no se conjuga,
como lamento silencioso, como lágrima que se aplaza
donde la soledad es grito que ni el reflejo del espejo apresa.
Hay días en los que la sonrisa suicidada se viste de espectro:
de camino para andar sin fuerzas, de viento que no mueve
ninguna brújula, de temores con cuerdas bucales escindidas.
Hay una fe que quiere dimitirse con la opresión
de los juramentos sostenidos que hacen dolerse a los brazos;
hay unos ojos que derraman su sed en los nudos
de una garganta que clama por un cauce.
Hay un suspiro oculto en la sonrisa obligada de las parábolas grises…
Issa M. Martínez Llongueras
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