El poeta tiene pies ligeros.
Sí. Los tiene, pero no más que el agua
de una estrofa y sus secuencias,
no más que el agua que alberga
cromosomas de fibras seminales
y rumores y paso de corrientes.
Esa lengua del agua sabe de sed profunda.
Ha lamido cada entidad, cada sustancia
que encuentra en los peldaños entitativos
del posible ser y su concreto aquí y allá.
Cada furioso reducto de caída
¡lo ha conocido el agua con su prisa
y su remanso, con su furor y su calma!
Ha besado a la piel de cada sinalefa.
Ha saltado sobre hiatos del abismo.
Se ha hundido en las sales más negras,
en las venas azules y en los rojos chichos,
en órbitas de la textura biótica,
en circonio duro, en neuras minerales,
en alambiques siderales de deseo y el sustrato,
en replicados monstruos de simetrías,
en raíz sublime desorden que dice:
¡Quiero ser alfa y omega!
El agua tiene sed, hambre de Todo,
y yo la bebo igualmente ambicioso
de hallazgos, por ser poeta
en pies ligeros, transido,
y me la encuentro un paso más allá,
mal perspicuado, un paso aquí,
incompleto y eterno...
7-9-1989 / De «Tantralia» / CARLOS LOPEZ DZUR
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