.
.
Almohadones bordados a mano.
Muebles imponentes del barroco español.
Platos ingleses, con figuras de perros de caza, colgados de la pared.
Flores de papel, en el centro de mesa de peltre,
pulido por tus manos arrugadas, tantas veces.
Objetos y adornos, y cristales, en las vitrinas de toda una vida.
Herencias de abuela, a madre, a nieta.
Pequeño salero con su diminuta cucharita de plata para volcar la sal.
Muebles imponentes del barroco español.
Platos ingleses, con figuras de perros de caza, colgados de la pared.
Flores de papel, en el centro de mesa de peltre,
pulido por tus manos arrugadas, tantas veces.
Objetos y adornos, y cristales, en las vitrinas de toda una vida.
Herencias de abuela, a madre, a nieta.
Pequeño salero con su diminuta cucharita de plata para volcar la sal.
Paredes empapeladas con motivos de flores victorianas.
Pisos de parqué tan bien lustrados, tantas veces.
Las fotos en sus portarretratos en cada rincón de la casa
silenciosa y sombría.
Y tu sonrisa, la misma.
Una radio, encendida, allá más lejos…
en la cocina.
Sé que pasaste gran parte de la mañana allí,
lavando, seleccionando, picando, rehogando,
despidiendo aromas.
Te acercas a besarme
y esta vez soy yo la que se inclina para que me alcances.
Tu perfume dulce y un poco rancio.
Y toda tu ropa huele a lavandas.
Así vienes con tu paso lento y un tanto inestable.
Tu figura ya encogida por el peso de casi un siglo.
Tu fuerza creadora y matriarcal.
Tu amor de abuela, se posa tibio sobre la mesa.
La ternura.
La tristeza de quién sabe que el tiempo se te escapa.
El banquete.
Amparo Carranza Vélez
11 de mayo de 2010
Pisos de parqué tan bien lustrados, tantas veces.
Las fotos en sus portarretratos en cada rincón de la casa
silenciosa y sombría.
Y tu sonrisa, la misma.
Una radio, encendida, allá más lejos…
en la cocina.
Sé que pasaste gran parte de la mañana allí,
lavando, seleccionando, picando, rehogando,
despidiendo aromas.
Te acercas a besarme
y esta vez soy yo la que se inclina para que me alcances.
Tu perfume dulce y un poco rancio.
Y toda tu ropa huele a lavandas.
Así vienes con tu paso lento y un tanto inestable.
Tu figura ya encogida por el peso de casi un siglo.
Tu fuerza creadora y matriarcal.
Tu amor de abuela, se posa tibio sobre la mesa.
La ternura.
La tristeza de quién sabe que el tiempo se te escapa.
El banquete.
Amparo Carranza Vélez
11 de mayo de 2010
1 comentario:
Excelente poema y magnifico blog .
Gracias por compartir tanta calidad de expresión.
Besos grandes
Raquel Luisa Teppich
Publicar un comentario