al pueblo chileno y mis amigos poetas de Chile
Vamos a repartirnos el amor del mundo,
en particular, el rostro del amor
que guarda lágrimas en sí,
un prodigio de cósmico dolor, tipo y figura
de una tristeza humana.
Sí, chilenos, vamos a amar el dolor de la Tierra,
maltratada, la mal consolada
(tantas veces la cara del amor en desastre,
en orfandad, en olvido, en negligencia
o en anonimia, por mucho que nos entretenernos
y damos la vida por sentada) en medio de lo ingrato.
Veamos la cara de Santiago y Concepción
de modo más profundo. Ahora que sean los rostros
de los dioses desconocidos; no víctimas.
En esta fecha los muertos que sean como dioses.
Su piel que tiene ríos, puentes, calles
avenidas que sea un momento particular
del viaje al corazón de quien sufre,
porque el amor está en todo,
en el momento dichoso, en la seguridad
del refugio, en los hogares intactos
y los comercios abiertos, y la mucha energía
de las plantas eléctricas y de los acueductos.
Y el dolor también allí. No olviden eso.
A veces tiembla la Tierra, a veces danza,
pero siempre por amor es que hace sus alharacas,
siempre es con pasión de larga historia
y de profundas conexiones, que la tierra
se abre y las manos se extienden
pidiendo sus respuestas en los árboles
del Karma / el Dharma / la Vida
y sus senderos ignorados,
sagrados donde es la raíz del Arbol
lo que lo explica.
Chilenos, hoy tembló aquí y el amor se lamentó
ante muchas almas nunca antes alcanzadas
con solidaridades; hoy sí, la tendrán y se ha de llorar
por ellas... es que, habitualmente, no somos tan perfectos
como el amor mismo ni tan perfectos como el dolor
que tiene coincidencias y sincronicidades
y las despachamos diciendo: «Es el destino».
No es extraño que a veces venga el visitante profundo
a temblar ante nuestros ojos, a llorar en medio
de la oscura madrugada y diga: «Hay que amar
más para que yo esté contento, yo que soy
Kairós; hay que ser cauteloso, planificado, solidario,
compasivo siempre y un poquito más que ayer
para que yo venga y cante y bendiga a los vivos
con todo el ser de la luz que yo puse
en los muertos cuando los dejé pasar
a la historia de la vida».
Chileno, la vida sigue. Y la muerte, por igual,
y muchas maneras, pero, el visitante quiso acariciar
a los que sobreviven, dejar sin techo y sin agua
algunos que la memoria guardarán, a partir de hoy,
con amor compasivo, porque si mueren 700
o mil, o cuantos sean, no es porque ellos no fueron necesarios,
o que fueron perversos, no porque no tendrán quien les llore.
Es que ellos supieron ésto que ya se dijo
(y estaban preparados para este canto de Siva):
siempre, por los siglos y las eternidades, los divinos
quieren que lloremos juntos y que el amor no sólo
sea social, colaborativo, sino cósmico,
armonioso, sublime, y es así como el amor adviene
de repente, como el ángel de la muerte
que explica sus misterios al hombre.
No viene comúnmente una voz tan alertante,
inesperada, a cantar a la vida
cómo la canta roncamente un terremoto,
una inundación, o el estremecimiento de cielos.
Este que parece un sepelio gigantesco de ciudades
es un himno a los dioses, una ofrenda a Siva
que habla sobre cómo se reparte el dolor del mundo
por amor; y los que mueren, o se hallan aún heridos,
cantan la gloria del Cimiento. La Naturaleza
necesita evidencia de cuánto se le ama,
gente que añada su voz al coro, que haga la muerte
respetable, solemne, sincera, perpetuada
en esta dimensiones. Necesario es
que Siiva esté contento para que Visnú preserve
(no es somos prescindibles e insignificantes) .
No. Al contrario, porque somos almas eternas
y los cuerpos, aunque vulnerables,
dignos para la tierra, la memoria, el amor, la unión
de los que quedan vivos y todavía
no han de decir adiós, en momentos así,
viene el que El que es el Visitante
con destrucción sublime, con levantamiento
y rapto en las manos de la Madre Naturaleza
y el Espíritu Cósmico, soberano.
Bendito los chilenos que comprendan
estas cosas y alaben el rostro de Siva
y los transfomen en Visnú.
[Meditación ante el sismo del 27 de febrero
en Chile].
Carlos Lopez Dzur
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