miércoles, 23 de enero de 2008

Tu mimo


No fue la luna,
sino el aliento de la noche
y el beso prófugo despojado de tu boca.

Tú me creaste.
Así risueño e hilarante:
Pájaro sin alas en esteros luminados;
Humo blanco en las alturas y en los riscos;
Espora limpia sin tierra y surco al descubierto.

Busco en el universo la estrella que no me ha besado
y que oculte los rasgos que tu boca me ha enseñado.
Quizá a millones de años luz.
Quizá en el infinito aún no imaginado.
Prendida como estuario. Fulgurante como rayo.
Impredecible cual aurora.
Que lleve la alegría que yo mismo he robado.
Que muestre la sonrisa que nunca he ocultado.

Alguna vez, de tiempo en tiempo,
busqué la cauda en esa estrella,
en el confín lejano que guardo en el pecho
para honrar tu nombre y el sueño enamorado.

Yo, viajero impertérrito y distante,
años luz en la alegría,
pasajero sideral del entusiasmo,
jovial guardián de la fosforescencia,
efímero y fugaz entre los astros,
guardé en tu mimo
la caricia plena que extasía,
la sonrisa universal que me forjaste,
aquella que me mira en tu pupila
y se avienta decidida
alumbrándome la cara en regodeo.

Que me digan las noches tu nombre y lo repito:
Hermoso centelleo; Dorada gota en la nébula escondida;
Radiante flor girando en los cuerpos amarillos.

Te persigo como centinela allá en la altura,
y te beso y te acaricio
hasta agotar la luna,
cuando el sol despierta
y percibe que te llevo como parte
de esta inagotable algarabía.

Te vuelves mi universo.
Te vistes de mis días.
Te fraguas fresca de mi regocijo.

Eres infinita, constelada estrella,
azul galaxia en espirales de caricias.
¡Que me digan las noches tu nombre y lo repito!.
Y que se avienten tus pupilas,
a mis labios, con tus besos,
entre estrellas, en el mar de luces que me agitan.


Salvador Pliego

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